“El coronel Aureliano Buendía promovió treinta y dos levantamientos armados y los perdió todos”. Así arranca uno de los capítulos más hermosos de tus Cien años de soledad. Nunca hallé mejor síntesis de tu América y nuestra izquierda. Derrotadas ambas no treinta y dos, sino cien veces, y cien veces de nuevo en pie.

Supiste describir de un modo nuevo la realidad de tu América. En Cien años de soledad, pero no solo, sino también en Crónica de una muerte anunciada, El coronel no tienen quien le escriba, etc., nos proporcionaste imágenes casi documentales de un continente que durante cinco siglos había sido interpretado con palabras apócrifas, tramposas, ajenas, palabras que nos ocultaron la verdadera cara de tu América. Cuando Colón pisa La Española en 1492, los españoles encuentran una tierra inexplicable, confusa, y quedan desconcertados: plantas que jamás se habían contemplado, una fauna irreconocible, una geografía engañosa (recuérdese que pensaban haber llegado a las costas de la India) y unas personas extrañas, casi extravagantes, que adoraban a dioses inconcebibles, que vestían con ropas indecorosas, que se agujereaban el cuerpo en algunos casos, gentes con otras costumbres, con otros ritos, con una manera de ver y explicarse el mundo al revés (como decía Galeano), un mundo exuberante y virgen que no se podía concebir ni en los rincones más exóticos de su imaginación capada por la dictadura del dogma católico. Entonces, impotentes ante la magnitud del shock, intentaron contar, describir y comprender ese Nuevo Mundo con palabras antiguas, europeas, inservibles en aquellas latitudes.

Y, así, desde los Diarios de Colón hasta las obras del inefable Rubén Darío o el magnífico Borges, América fue concebida en español o en inglés, pero también desde las entrañas de Europa, con lo que se fue tergiversando vuestra verdadera esencia, que quedó ignorada a partir de entonces, como la cara oculta de la Luna. Y he aquí que vistió el nuevo continente con las prendas de la todopoderosa Europa, de tal manera que Europa llegó, vio e interpretó a su imagen y semejanza.

Sin embargo, muchos años después, frente a sus máquinas de escribir, unos cuantos escritores encabezados por el mexicano Juan Rulfo habrían de encontrar un discurso que recuperase la esencia del gran continente americano. A aquella corriente que buscó en el subsuelo de la realidad las raíces de tu patria americana se la bautizó, paradójicamente, con el nombre de realismo mágico y, sin duda, encontró su expresión más sublime en tu pluma, Gabo, pues fuiste tú quien mejor supiste recuperar aquella esencia perdida, quien recorriste con paso más firme los caminos de aquel mundo perdido, secuestrado durante casi quinientos años.

Un mundo que resucitó en las calles de tierra de Macondo y en la saga infinita e inmemorial de los Buendía. Son tus páginas el cauce por el que circula la sangre de América, son la columna vertebral que transmite los impulsos de una tierra jamás comprendida hasta entonces. Y no es de extrañar, pues, que no sea hasta que vosotros, los escritores del realismo mágico, rompierais con vuestro verbo exquisito la realidad impuesta, cuando América Latina pudiera empezar a encontrarse y, a partir de ahí, despegar.

Por ello, si hoy es precisamente Latinoamérica una de las áreas con más brío del mundo, es precisamente porque, por fin, conseguisteis aflorarle su verdadera personalidad, porque encontrasteis su pulso perdido, sin duda porque acertasteis a pensarla y explicarla de una manera genuina, propia, veraz, como jamás antes se había hecho, y a partir de ahí construirla mentalmente desde sí misma, emanciparla por tanto de la colonización filosófica, religiosa y cultural a la que había sido sometida por Europa, esta Europa que ya es vieja e inválida, y que necesitará tarde o temprano de vuestra joven América.

Ha sido al final un cáncer el que apagó tu mirada rebelde, inconformista, clarividente. Pero tu ejemplo, tu compromiso político, tu capacidad, sobre todo, para imaginar otro mundo sobre las cenizas de un mundo viejo, perdurarán. Fuiste de izquierdas, transitaste los laberintos de hielo y fuego con el temblor de la lucha contra las injusticias prendido de las pupilas, pero caeríamos en un lamentable reduccionismo miope si no viéramos en ti al genio que supo pensar todo un mundo con nuevas palabras, como con nuevas palabras deberíamos aprender a pensar esta izquierda que es imprescindible reinventar si no queremos que se cumpla aquella profecía tuya de que las estirpes condenadas a cien años de soledad no tendrán una segunda oportunidad sobre la tierra.

Buenas noches, Gabo, y ya que tantas veces nos hiciste soñar, que tengas dulces sueños en esta última y definitiva singladura. Aquí comienza para el genio el verdadero misterio.